Estimados colegas:
Al pensar que mensaje dirigirles a ustedes en este día, recordé uno de los poemas de Amado Nervo en que a la pregunta del destino: ¿Qué quieres ser tú?, el poeta contestó:”yo quiero ser santo” y que el destino repuso: “habrá que contentarse con menos”. Transcurrida una parte de la jornada el destino preguntó por segunda vez: ¿Qué quieres ser tú? Y el poeta respondió en esta ocasión: “yo quiero ser genio”. El destino comentó, irónico: “habrá que contentarse con menos”. En su rincón de sombras el poeta guarda la última pregunta, a la que sólo responderá su trágico silencio.
Mucho más afortunado que el poeta, cuando el destino me preguntó, después de muchas vueltas, que quería ser yo, le contesté: “yo quiero ser arquitecto”. Andando la vida, el destino me planteó la alternativa de ser arquitecto o ser político.
Contesté entonces por segunda vez: “Yo quiero ser arquitecto” y cuando con más generosidad que en el caso del poeta, me planteó una tercera alternativa, la de ser arquitecto u hombre de fortuna, respondí de nuevo: “Yo quiero ser arquitecto”. Y el destino no me ha exigido que me contente con menos.
Es por ello, que para mi y para los colegas que me acompañan y represento en estas palabras, es motivo de sincera emoción y no disimulado orgullo el recibir este diploma como miembro de honor de nuestro Colegio, tras haber cumplido 50 años en los distintos roles que nos ha tocado desempeñar en nuestra profesión, ya sea en el ejercicio liberal de ella, en el funcionario, en el docente o en el gremial.
Desde la pérdida en los años setenta de la colegiatura obligatoria, hemos sido testigos del deterioro de las funciones que los colegios profesionales cumplían en nuestra sociedad y que ha desembocado en la crisis actual de nuestro colegio.
Parece pues oportuno hacer un llamado a trabajar con ahínco en superarla y a hacer un esfuerzo por incorporar a los numerosos jóvenes que hoy egresan de las diversas universidades del país.
Pensando en ello recordé un libro de John Ruskin, “Las siete lámparas de la arquitectura” que leía hace más de 50 años siendo un estudiante de primer año en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, en ese entonces en Cerrllos. De esas siete lámparas y para recuperar nuestro colegio me contentaría con ver encendida en nosotros, tres de ellas: la lámpara del sacrificio, la lámpara de la verdad y la lámpara de la vida.
La lámpara del sacrificio, para cumplir con nuestro deber aún cuando ello se nos haga imperativo, aceptando con alegría y como una ventaja personal la ocasión del sacrificio en tareas que nos consuman tiempos alternativos.
Lámpara del sacrificio, pero junto a la lámpara de la verdad, para no considerar a la mentira como inofensiva o involuntaria. La verdad, como el más bello dibujo, no se adquiere más que en la práctica.
Adicionalmente a ello, la lámpara de la vida, para no dejar que nuestra vida se deslice como un sueño, gozando de cada minuto de ella, de sus cosas buenas y también de sus dificultades que nos impulsarán a ser mejores.
Hacemos votos para que a todos nos iluminen estas tres lámparas y desde ya, aquellos que hoy pasamos a ser miembros de honor de él, depositamos la cosecha de nuestra experiencia en nuestro Colegio de Arquitectos.
Muchas gracias.
Jaime Matas Colom