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«El tornado de Puerto Varas: Hagamos de un desastre una oportunidad»: una columna de opinión de Rodolfo Jiménez en El Desconcierto

**Esta columna de opinión fue publicada en El Desconcierto el 5 de junio de 2025

 

El domingo 25 de mayo de 2025, Puerto Varas —bella ciudad lacustre del sur de Chile— se vio sacudida por un fenómeno meteorológico que pocos imaginaban posible en nuestra zona: un tornado de categoría EF-1. En cuestión de minutos, rachas de viento de hasta 178 km/h arrancaron tejados, volcaron automóviles y derribaron árboles centenarios. El balance preliminar es alarmante: al menos 250 viviendas con daños estructurales graves, ocho personas con lesiones de diversa consideración y cerca de 13.000 habitantes sin suministro eléctrico. Aquella tarde, la tranquilidad dominical se transformó en urgencia y conmoción ciudadana.

Como arquitectos, nuestro primer impulso es preguntarnos por la resistencia de las tipologías locales. Las viviendas tradicionales de madera, con cubiertas livianas y entramados expuestos, no fueron diseñadas pensando en vientos tornádicos. Si bien su flexibilidad puede amortiguar ciertos movimientos, carecen de refuerzos horizontales y puntos de anclaje adecuados para soportar ráfagas extremas. El resultado: fachadas desmembradas, cerchas dobladas y muros que dejaron al descubierto el corazón de edificaciones construidos con cariño y oficio y muchas de ellas con un fuerte valor patrimonial.

Este episodio no puede analizarse al margen del cambio climático. Hace apenas unos años, hablar de tornados en la región de Los Lagos parecía un capricho sensacionalista. Hoy, sin embargo, la ciencia advierte que la inestabilidad atmosférica asociada al calentamiento global favorece la formación de sistemas convectivos severos fuera de sus zonas tradicionales. Ignorar estas señales equivale a hipotecar la seguridad de nuestras ciudades y de quienes las habitan.

Frente a esta nueva realidad, la arquitectura debe responder con resiliencia. Al respecto propongo – de manera preliminar- tres líneas de acción que pueden impulsarse desde la política pública y la acción de los privados:

 

  1. Refuerzo de cubiertas y muros
    Integrar estructuras híbridas que combinen ingeniería de la madera con uso de perfiles metálicos livianos, asegurando conexiones rígidas en puntos críticos. Esto implica trabajar en detalle en la conexión viga-columna y anclajes al cimiento, de modo que las cargas horizontales sean distribuidas hacia el terreno sin comprometer la ligereza y estética regional.
  2. Rediseño de espacios públicos como refugio
    Plazas, parques y paseos peatonales pueden convertirse en refugios temporales. Incorporar pérgolas reforzadas —con muros adaptados climáticamente y mallas de contención— permitirá generar áreas seguras en caso de emergencia. Además, sumar vegetación de raíz profunda ayudará a estabilizar el suelo en episodios de lluvia intensa.
  3. Arquitectura participativa y educación ciudadana
    Más allá de la técnica, es crucial involucrar a las comunidades en talleres de autoconstrucción y planes de autoprotección. Conocer cómo anclar un marco, revisar cruces estructurales y reparar sellados puede marcar la diferencia entre un daño reparable y una pérdida total.

 

Este enfoque debe ir acompañado de ajustes a las  normativas vigentes para que incorporen estudios de riesgo tornádico. Es necesario elaborar mapas de susceptibilidad y definir “zonas refugio” obligatorias en los planes reguladores comunales. Asimismo, las ordenanzas deben exigir simulaciones de carga de viento en proyectos de nueva planta, al igual que ya se realiza en regiones propensas a terremotos.

La formación universitaria no puede quedar al margen. Propongo que las escuelas de arquitectura incluyan en su malla obligatoria seminarios sobre diseño ante riesgos naturales y cambio climático. Asimismo, fomentar proyectos de investigación colaborativos con meteorología, ingeniería y gestión de riesgos fortalecerá el vínculo teórico-práctico y formará profesionales capaces de anticipar y mitigar futuros desastres.

El tornado de Puerto Varas deja lecciones contundentes: nuestra arquitectura tradicional tiene valor y arraigo, pero debe evolucionar para ser segura y sostenible. Si de cada desastre emerge una oportunidad de aprendizaje, que este episodio sea el catalizador para repensar nuestras prácticas, enriquecer nuestros códigos y educar a la comunidad.

Porque, al fin y al cabo, la resiliencia no es sólo cuestión de materiales y normativas: es la capacidad colectiva de transformar la adversidad en impulso para construir ciudades —y vidas— más fuertes, inclusivas y preparadas para lo imprevisto.

 

 

Rodolfo Jiménez Cavieres

Presidente nacional del Colegio de Arquitectos de Chile